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viernes, 30 de marzo de 2012

Miguel, el atleta imprescindible



El periodista italiano caminaba Corrientes hacia el Obelisco. Curioso y atento a los procesos de la historia contemporánea argentina, bajó de la biblioteca de una librería El terror y la gloria, libro del Mundial ’78 escrito por Miguel Vitagliano y Abel Gilbert. Allí, vio la historia de un atleta de medio fondo de nombre y apellido vulgar, Miguel Benancio Sánchez. Algo lo movilizó, tal vez el hecho de que él también corría, quizás el anonimato del atleta, o encontrar la excusa para apegarse a Buenos Aires.
Valerio Piccioni, redactor de la Gazzetta dello Sport, buscó a la familia Sánchez y dio con ellos entre Tucumán y Berazategui. Investigó acerca de la vida de Miguel, miró fotos, agendas y poesías. Tenía como intención primera escribir un libro, pero fue una carrera. La organizó en Italia en 2000 con sus amigos del Club Atlético Centrale. Se llamó “La Corsa de Miguel”. Aquí, su primera edición se realizó en 2001. Estuvieron, entre otros, Guillermo Vilas, el actual Secretario de Deportes, Claudio Morresi, y Martín Scharples, un ex rugbier que perdió una pierna en un accidente automovilístico y que es –acaso– el atleta más simbólico de la carrera.
“Correr para no olvidar, correr para encontrarse con amigos o correr por correr”, esas son las causas de la Carrera de Miguel, señala Piccioni. Sea como fuere, el evento se transformó en la reivindicación con mayor fuerza desde el deporte a la vigencia de los DD HH en Argentina. En Buenos Aires, la llegaron a correr 15 mil atletas en 2008. En Roma lo hacen alrededor de 10 mil año tras año, exceptuando los niños que participan en competencias preliminares y posteriores. El esfuerzo de los organizadores es titánico y la prueba atlética, excelente.
En Buenos Aires, la Carrera de Miguel fue ninguneada por el gobierno de Mauricio Macri. Vaciada de contenido, el año pasado se corrió fuera de fecha. A pesar del éxito y de su masificación en Mar del Plata, Bariloche, Río Cuarto, Villa España y Roma, la ciudad elige fomentar carreras sponsorizadas por marcas deportivas.
Miguel Sánchez fue secuestrado el 9 de enero de 1978. Volvía de correr la San Silvestre en San Pablo. No era lo que hoy se enmarcaría como un “cuadro político”. No sabía quién era John William Cooke ni tenía en su biblioteca El Capital, de Karl Marx. Había empezado a trabajar embolsando alimentos en Tucumán a los 12 años y ya instalado en Buenos Aires con sus hermanos, trabajaba de ordenanza en el Banco Provincia. Había probado como wing en Gimnasia y Esgrima de La Plata, y a instancias de un entrenador se dedicó a correr. En sus ratos libres alfabetizaba en la escuela de su barrio, militaba en la JP de Berazategui y quería ser profe de Educación Física. Hiperquinético, laburador, amigo de sus amigos militantes, aún cuando estaban en la clandestinidad, se cruzaba con ellos para llevar información a sus familias. También era un soñador, “Sueños de un campeón” decían los escritos de sus agendas: “De qué sirve el deporte si no es para encontrarnos, para mirarnos a los ojos”, escribía. Resumiendo, Miguel Sánchez era un argentino imprescindible, “un Coubertin, nacido entre cañas de azúcar y gente humilde”, resumió Valerio Piccioni el viernes, en el acto en el cual la calle Crisólogo Larralde, desde avenida Del Libertador hasta Lugones, pasó a llamarse Miguel Benancio Sánchez, a instancias de una iniciativa de la legisladora porteña Delia Bisutti (Nuevo Encuentro). Es la calle del Cenard y del Club Ciudad, dos símbolos de formación en el deporte argentino.
Allí quedó estampado para siempre el nombre del morocho que soñaba correr en un Juego Olímpico, que quería ver el Mundial ’78, que ayudaba a la gente de su barrio porque él también la había pasado brava cuando era pibe y que encapuchado en el Vesubio, horas antes de morir, les dijo a sus torturadores: “Están locos, yo vengo de representar a Argentina corriendo en Brasil y ustedes me tratan así”.



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