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domingo, 31 de diciembre de 2017

¿Por qué Occidente alaba a Malala pero ignora a Ahed Tamimi?




La activista palestina Ahed Tamimi con su madre Nariman [Al Jazeera]
Por Shenila Khoja-Moolji, Al Jazeera.
Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Ahed Tamimi, una joven palestina de 16 años, fue arrestada recientemente en una redada nocturna en su casa. Las autoridades israelíes la acusan de “agredir” a un soldado israelí y a un oficial. Un día antes se había enfrentado a los soldados israelíes que habían entrado en el patio trasero de su familia. El incidente ocurrió poco después de que un soldado disparó a su primo de 14 años en la cabeza con una bala de goma y ​​disparó botes de gas lacrimógeno directamente en su casa, rompiendo ventanas.
Su madre y su primo también fueron arrestados después. Los tres permanecen detenidos.
Ha habido una curiosa falta de apoyo a Ahed por parte de los grupos feministas occidentales, los defensores de los derechos humanos y los funcionarios estatales que en otros casos se presentan como defensores de derechos humanos y del empoderamiento de las niñas.
 Ahed, como Malala, tiene una historia sustancial de resistencia contra las injusticias.
Las campañas para empoderar a las niñas en el Sur global son innumerables: Girl Up, Girl Rising, G(irls) 20 Summit, Because I am a Girl, Let Girls Learn, Girl Declaration.
Cuando la activista pakistaní Malala Yousafzai, de 15 años, recibió un disparo en la cabeza de un miembro de Tehrik-e-Taliban, la reacción fue marcadamente diferente. Gordon Brown, el ex primer ministro del Reino Unido, emitió una petición titulada “Yo soy Malala”. La UNESCO lanzó “Stand Up For Malala”.
Malala fue invitada a reunirse con el presidente  de entonces Barack Obama, así como con el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y pronunció un discurso en la Asamblea General de la ONU. Recibió numerosos elogios por haber sido nombrada una de las 100 personas más influyentes por la revista Time y la mujer del año por la revista Glamour para ser nominada para el Premio Nobel de la Paz en 2013, y nuevamente en 2014 cuando lo ganó.
Representantes estatales como Hillary Clinton y Julia Gillard, así como destacados periodistas como Nicholas Kristof hablaron en apoyo de ella. ¡Incluso hay un día de Malala!
Pero no vemos campañas #IamAhed o #StandUpForAhed en los titulares. Ninguno de los reconocidos grupos feministas o figuras políticas y de derechos ha emitido declaraciones en su apoyo o cuestionando al Estado israelí. Nadie ha declarado un Día de Ahed. De hecho, incluso Estados Unidos en el pasado le negó una visa para una gira de conferencias.
Ahed, como Malala, tiene una historia sustancial de resistencia contra las injusticias. Protesta por el robo de la tierra y el agua por los colonos israelíes. Ha soportado el dolor personal después de haber perdido un tío y un primo por la ocupación. Sus padres y su hermano han sido arrestados una y otra vez. Su madre recibió un disparo en la pierna. Hace dos años, otro video que la presentaba se volvió viral, esta vez estaba tratando de proteger a su hermano para que no se lo llevara un soldado.
¿Por qué Ahed no es beneficiaria de la misma protesta internacional que Malala? ¿Por qué la reacción con Ahed ha sido tan diferente?
Hay múltiples razones para este silencio ensordecedor. La primera de ellas es la aceptación generalizada de la legitimidad de la violencia de Estado. Mientras que las acciones hostiles de actores no estatales como los combatientes talibanes o Boko Haram son consideradas ilegales, a menudo se considera apropiada una agresión similar por parte del Estado.
Esto no solo incluye formas manifiestas de violencia, como ataques con drones, arrestos ilegales y brutalidad policial, sino también agresiones menos obvias como la asignación de recursos, incluidas la tierra y el agua. El Estado justifica estas acciones presentando a las víctimas de sus injusticias como una amenaza para el funcionamiento del Estado.
Una vez que se declara una amenaza, el individuo se reduce fácilmente a una vida raída, una vida sin valor político. El filósofo italiano Giorgio Agamben ha descrito esto como un tiempo/lugar sancionado por el poder soberano donde las leyes pueden ser suspendidas, por lo tanto, este individuo puede convertirse en objetivo de la violencia soberana. Los terroristas a menudo caen dentro de esta categoría. Por lo tanto la ejecución de presuntos terroristas por medio de ataques de drones sin el debido proceso judicial se produce sin mucho alboroto público.
La policía israelí ha desplegado una estrategia similar aquí. Ha abogado por extender la detención de Ahed porque “representa un peligro” para los soldados (representantes del Estado) y podría obstruir el funcionamiento del Estado (la investigación).
Mostrar a palestinos desarmados como Ahed, que simplemente ejercía su derecho a proteger el bienestar de su familia con todas las fuerzas de sus manos de 16 años, bajo la misma luz que un terrorista, es ilógico. Tales encuadres abren el camino para autorizar la tortura excesiva: el ministro de educación de Israel, Naftali Bennett, por ejemplo, quiere que Ahed y su familia “terminen sus vidas en prisión”.
El sufrimiento de Ahed también expone el humanitarismo selectivo de Occidente, según el cual determinados cuerpos y causas particulares se consideran dignos de intervención.
La antropóloga Miriam Ticktin argumenta que, si bien el lenguaje de la moralidad para aliviar el sufrimiento corporal se ha vuelto dominante en las agencias humanitarias de hoy, solo determinados tipos de cuerpos que sufren se designan como dignos de este cuidado. Esto incluye el cuerpo femenino excepcionalmente violado y el cuerpo patológicamente enfermo.
Tal noción de sufrimiento normaliza los cuerpos explotados: “estos no son la excepción sino la regla y, por lo tanto, están descalificados”.
Las situaciones de desempleo, hambre, amenaza de violencia, brutalidad policial y denigración de culturas a menudo no se consideran merecedoras de intervención humanitaria. Tales formas de sufrimiento se consideran necesarias e incluso inevitables. Ahed, por lo tanto, no se ajusta al ideal de sujeto víctima para el apoyo internacional.
De manera similar las niñas como Ahed que critican el colonialismo y se manifiestan por visiones de cuidado comunitario no son la feminidad empoderada que Occidente quiere validar. Ella busca la justicia contra la opresión en lugar del empoderamiento que solo beneficia a sí misma.
Su feminismo es político, en lugar de uno centrado en consumo y sexo. El poder de esta niña amenaza con revelar la cara fea del colonialismo y, por lo tanto, está marcado como “peligroso”. Su valor e intrepidez dan vida a todo lo que está mal con esta ocupación.
La situación de Ahed debería llevarnos a interrogarnos sobre nuestro humanitarismo selectivo. Las personas que son víctimas de la violencia estatal, cuyo activismo revela la perversidad del poder o cuya defensa de los derechos se centran en el cuidado comunitario, merecen ser incluidos en nuestra visión de la justicia.
Incluso si no lanzamos campañas a favor de Ahed es imposible para nosotros escapar de su llamado a presenciar la debilidad masiva, el desplazamiento y el despojo de su pueblo. Como dijo Nelson Mandela “sabemos muy bien que nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos”.
Shenila Khoja-Moolji es una académica de género, Islam y estudios de la juventud.





22 horas
Daniel Cantieri va.
Está harto. Harto de todo.
De su familia, que toda la vida lo discriminó por ser quién es. De la escuela, que siempre quería separarlo por blanco y rubio de esos otros compañeros morochos. De la Telefónica, que le sacó el teléfono porque se negó al combo con internet. Del gobierno, que le recortó su pensión.
Daniel Cantieri va a la plaza Congreso, viene del abogado que litiga contra la Teléfonica y encuentra la marcha. Cuando se produce el desbande, el no corre y sigue avanzando hacia las rejas. Es un ciudadano indignado, harto de que lo caguen y sobre todo cansado de ver por la ventana como otros luchan por sus derechos.
Está harto.
Ve a 10 policías golpeando a un chico. Y a otros 10 que le pegan a otro.
Les grita casi cara a cara que lo suelten.
Recibe un palo en la cabeza y de esos 20 que le pegan a los pibes ahora un par le pegan a él.
Le arruinan su camisa favorita.
La ha lavado y no puede volver a blanquearla.
Lo levantan. El hombro le duele.
El zapato se le está por salir.
Cinthia García le pregunta el nombre y él se acuerda de la Telefónica, del gobierno, de su familia.
La policía lo deja sentado en el anexo de la Cámara de Diputados. Se le acerca Felipe Solá porque ve que es el único blanco entre los detenidos.
Daniel Cantieri lo manda a volar.
Lo llevan detenido. La carátula inicial dice "Sedición" como si Daniel fuera Seineldín.
Lo sueltan a las 4 de la mañana y él quiere ir a los cacerolazos que se replican en la ciudad y a esa hora se van apagando.
Se toma el 91, porque el 86 hace rato ya no pasa por esa zona de Ciudad Evita, y vuelve a su casa a las 6 de la mañana.
Le duele el cuerpo. No tiene redes sociales, no sabe lo que ocurre en torno a su figura, a su gesto digno. Una amiga le acerca cartas de la gente. Leo los papeles que atesora en la mesa, los que dice se va a llevar por siempre con él: "Aliverti pasó el audio en su programa", "El fotógrafo se llama Federico Cosso", "Pablo Ayala te escribió un poema". Me reconozco y se lo cuento. Le leo el poema. El se avergüenza, se tira abajo y modesto dice que no es referente de nada. Aconseja que cada uno salga y peleé. Le decimos que la militancia lo quiere. Que muchos lo invitaban a pasar las fiestas con sus familias.
Se ríe cuando recuerda que le dijo al juez que no milita en ningún lado y de repente en Facebook hay una agrupación con su nombre.
Daniel Cantieri lee lo que le escribe la gente y no puede creerlo, eso nos relata la tarde del 28 de Diciembre en su casa cuando vamos a verlo con Andre y con Morata, Daniel siente que después de tanto sufrimiento ya no está solo. Y llora emocionado.
Eso es lo que mira en esta foto donde Federico Cosso le retrata el alma. Ve el renacer del pueblo. Y el suyo.
Viva Daniel Cantieri.